GANADORA PREMIO FLORENCIO SANCHEZ: REVELACION FEMENINA: MAIA FRANCIA Y PREMIO TRINIDAD GUEVARA: MEJOR ACTRIZ DE REPARTO: RAQUEL ALBENIZ

El grito de rebelión proclamado en Alcorta, provincia de Santa Fe, el 25 de junio de 1912, fue el comienzo de la huelga agraria. Fue una de las luchas gremiales que, junto a la de los obreros de La Forestal y los mártires de la Patagonia, constituye un verdadero hito en las reivindicaciones laborales de los argentinos, en la que un grupo de campesinos inmigrantes, con el apoyo de algunos comerciantes de la zona, decide pelear por sus derechos.

En algunos lugares, la huelga iniciada por los agricultores de Alcorta alcanzó una duración de tres meses, habiéndose plegado a ella alrededor de 100.000 agricultores de la pampa argentina.

Las mujeres que colonizaron el campo, a la par de sus hombres, tuvieron un protagonismo silencioso en este grito. Quedaron a cargo de los campos, mientras los hombres estaban ausentes.

“Otros gritos” intenta una aproximación a diversas situaciones femeninas en esas circunstancias.


Dirección general y puesta en escena: Paula Etchebehere

Asesoramiento en dirección de actores: Raquel Albéniz

Autoras: María Rosa Pfeiffer, Laura Coton y Patricia Suárez

Intérpretes:

Raquel Albéniz ("La Roja", la que quería un caballo), María Forni ("La Baldía", la que no podía concebir), Maia Francia (Emilia, la que se quería ir), Romina Michelizzi (Julia Trentini, la que está muerta), María Rosa Pfeiffer (Margareth, la que mató a un indio) y Silvia Trawier (Serafina, la que se le murió una muchacha)

Asistencia de dirección: Daniela Martínez

Asistencia técnica: Leilén Araudo

Vestuario: María Valeria Tuozzo

Diseño de luces y escenografía: Magali Acha

Asesoramiento vocal: Fernanda Lavía

Tema original de apertura y cierre: Lautaro Cottet

Fotografía: Alejandra López.

Trailer de prensa: Javier Olivera y Fito Pochat

Diseño gráfico: María Forni

Prensa: AYNI COMUNICACION

Este espectáculo cuenta con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes y Proteatro

Funciones Viernes 22:30 hs

Teatro del Pueblo, Sala Teatro Abierto

Av. Roque Sáenz Peña 943 / Por teléfono al 4326-3606

Entradas: $60; Estudiantes y jubilados: $35

Duración de la obra: 75 min


Pajarito bonito

CRITICAS / COMENTARIOS

Carlos Pacheco / La Nación
"Cada una de las intérpretes desarrolla su monólogo con fuerte entrega" "... sus cuerpos sostienen esos relatos y encuentran en pequeños gestos, en acciones breves, la potencia suficiente para engrandecer con imágenes esas palabras que nunca estarán vacías de contenido" "... también la dirección de Etchebehere es sumamente precisa. Se detiene en el interior de sus actrices, bucea allí, y extrae una rica sensibilidad que permite transportar de inmediato al público a aquel mundo de comienzos del siglo XX."


Olga Cosentino / Puesta en palabra
"....una experiencia escénica singular en la que, además de los méritos del texto, las actuaciones y la puesta hay que destacar la economía de recursos, inversamente proporcional a la riqueza de su rendimiento poético."
"...lo que produce un efecto de verdad conmovedor en el espectáculo es la intensidad de las actitudes corporales y la carnadura de los monólogos, a través de los cuales va construyéndose la identidad individual de cada una de esas mujeres-símbolo.”


Dijo Teresa Gatto / Puesta en escena
"La obra escrita por Laura Coton, María Rosa Pfeiffer y Patricia Suárez es una muestra notable de polifonía textual y a la vez de polifonía actoral" ... "Criaturas sensibles y fuertes las que Etchebehere con mano dúctil moldea para conformar un todo femenino tan diverso como la misma femineidad." "…es difícil resaltar una actuación, ya que todas son magistrales."


Osvaldo Sabino / Pressenta.com.ar
“La excelente dirección de Paula Etchebehere arma un tejido con los seis monólogos que tienen una muy potente fuerza dramática”
“Las seis actrices presentan sus monólogos con una fuerza y una entrega absoluta, arrancan sus voces desde lo más recóndito de sus entrañas y se mueven sobre un escenario totalmente desprovisto, lo que hace que sus presencias y sus relatos lleven a la audiencia a ponerle forma a esa escenografía tan ausente como la vastedad de la pampa”
“Una obra valiente que nos transporta a rincones de nuestra historia que hasta nuestros días han sido ignorados. Otros gritos, además de ser un drama admirable desde todo punto de vista, es la recuperación de esas voces campesinas silenciadas que hasta hoy muchos siguen sin querer escuchar.”


Germán Cáceres / Nido de Caranchos
“Monólogos que están inteligentemente entrelazados para que funcionen como diálogos.” “Estos parlamentos transmiten con convicción el perfil de seis mujeres campesinas condenadas a vivir en la explotación, la miseria y el tedio. Las excelentes actuaciones transmiten con impecable dicción las entonaciones emotivas de los personajes y los cuerpos se mueven expresivamente a la vez que componen una suerte de coreografía.
Paula Etchebehere despliega en su trabajo una destreza teatral que se patentiza en la dirección de actores y en la obtención de un clima tan poético como contundente.”


Gabriel Peralta / Crítica Teatral
“Un sexteto de actrices estupendas le ponen el cuerpo y voz a esas mujeres, cada una hace uso de infinidad de matices y logran que la cadencia del hablar de una provincia (con sus dulzuras y sus gritos) se haga presente sin caer en estereotipos.
Otros Gritos, es una obra que hacen conocer lo macro y lo micro de un momento histórico, con una calidad escénica que aúna fuerza y belleza.”


Hay equipo

UN POCO DE HISTORIA

A principios del siglo XX el distrito de Alcorta compartía con el de Bigand la colonia La Adela, perteneciente a la Condesa Elina Piombo de Devoto. La empresa Genoud, Benvenuto, Martelli y Cía. subarrendaba estas tierras a doscientas once familias, quienes pagaban a la empresa el 34% de su producción, trillado, embolsado en bolsas nuevas y puesto en estación. Debían comprar y vender en el almacén de ramos generales de la empresa, trillar y desgranar con sus máquinas y hacer todos los seguros con ellos. Los contratos de arrendamiento eran por un año.

Hacia 1910, casi todos los contratos de la zona cerealera eran similares, algunos de ellos aún peores -alcanzaban hasta el 50% de la producción-, ya que imponían al locatario excesivos deberes y trampas jurídicas para poder desalojarlos en cualquier momento.

“Los arrendatarios no tenían la menor seguridad en su trabajo, en cualquier momento podían ser desalojados del campo en que trabajaban y despojados de sus máquinas y útiles de labranza. Cualquier mejora que introdujera en la chacra quedaba a beneficio del patrón.”

En 1911, a esta situación se sumó la pérdida casi total de las cosechas y el hecho de que los arrendamientos alcanzaran su punto máximo en precio. Así, aunque la cosecha de 1912 fue excelente, no alcanzó a cubrir ni el 50% de las deudas de los agricultores.

Un grupo de colonos, con el apoyo de algunos comerciantes de la zona, y la representación legal del Dr. Francisco Netri, decide organizarse para enfrentar esta situación y pelear por sus derechos.

El grito de rebelión proclamado en Alcorta el 25 de junio de 1912, fue el comienzo de la huelga agraria.

El 15 de agosto, en asamblea, se aprueban los estatutos para la Federación Agraria Argentina redactados por algunos de los agricultores.

En algunos lugares, la huelga iniciada por los agricultores de Alcorta alcanzó una duración de tres meses, habiéndose plegado a ella alrededor de 100.000 agricultores de la pampa argentina.


Pariendo

Caí en la tentación

CRITICAS COMPLETAS / COMENTARIOS

Carlos Pacheco / La Nación (14/09/2011)
http://www.lanacion.com.ar/1405855-otros-gritos

El clamor de seis mujeres que perdieron a sus maridos en una interesante sucesión de monólogos

Nuestra opinión: muy buena

Seis historias muy diferentes, aunque enlazadas por un mismo acontecimiento histórico: el grito de Alcorta. La rebelión de un grupo de agricultores en la provincia de Santa Fe, en 1912, es el punto de partida que posibilita a las autoras María Rosa Pfeiffer, Laura Coton y Patricia Suárez, detenerse en algunas de las mujeres que perdieron a sus hombres en esa revuelta o que se vieron forzadas a llevar una vida en soledad, en el campo, mientras ellos peleaban por mejorar sus destinos.

Son seis monólogos intensos que posibilitan reconocer la fortaleza de unas criaturas que se ven obligadas a redefinir sus vidas dentro de un mundo muy hostil. Pero lo hacen peleando con la naturaleza, con una cotidianeidad que no les da tregua, también con la muerte.

Si bien, por un lado, la dramaturgia de cada monólogo expone rigurosidad en su construcción y despierta creciente interés en el espectador, por estar plagado de imágenes potentes, resulta muy atractivo el entramado que construye desde la dirección Paula Etchebehere.

En su puesta, esas mujeres no están nunca solas en escena. Las otras las van acompañando y ese acto de acompañar resulta muy inquietante, porque amplía la teatralidad de cada historia. Si a la hora de la rebelión los campesinos sumaron fuerzas, a la hora de la soledad es necesario encontrar más y más formas de reunión con aquellos seres que sufren también desprotección.

Cada una de las intérpretes desarrolla su monólogo con fuerte entrega. En un ámbito despojado escenográficamente, sólo sus cuerpos sostienen esos relatos y encuentran en pequeños gestos, en acciones breves, la potencia suficiente para engrandecer con imágenes esas palabras que nunca estarán vacías de contenido.

En este sentido, también la dirección de Etchebhere es sumamente precisa. Se detiene en el interior de sus actrices, bucea allí, y extrae una rica sensibilidad que permite transportar de inmediato al público a aquel mundo de comienzos del siglo XX.


Olga Cosentino / PUESTA EN PALABRA
Análisis de puestas en escena. Opiniones,entrevistas y comentarios sobre la actividad teatral

Cuando se habla de escritura femenina suele hablarse desde el prejuicio que admite la existencia de un supuesto determinismo condicionante, que permitiría reconocer en una obra la identidad de género de su autor. Lo que en realidad ocurre, en la mayoría de los casos, es que la tradición cultural ha limitado de tal modo las posibilidades expresivas de muchas mujeres (entre otras limitaciones soportadas y naturalizadas por esa mitad de la humanidad) que sus lenguajes responden en ocasiones a lo que ese diseño y distribución del poder espera de ellas. En el extremo opuesto, las que rechazan ese condicionamiento desde las trincheras legítimamente combativas del feminismo terminan en general construyendo un discurso no menos arquetípico, en el que también es reconocible la marca de lo sectario, bajo la cual sucumbe casi siempre el impulso poético.

Bien diferente es el caso de Otros gritos, la obra que acaba de estrenarse en el Teatro del Pueblo, escrita por tres talentosas dramaturgas (María Rosa Pfeiffer, Laura Coton y Patricia Suárez) e interpretada por cinco actrices exquisitas (Maia Francia, María Rosa Pfeiffer, Raquel Albeniz, María Forni, Silvia Traiwer y Romina Michelini) bajo la dirección inspirada y rigurosa de Paula Etchebehere. El lirismo sencillo, áspero y hondo de los monólogos de cada uno de los personajes de esta historia nace en el cuerpo de esas seis mujeres pero atraviesa la condición humana sin distinción de género.

El punto de partida histórico es el olvidado pero no menos dramático papel que les tocó jugar a las mujeres campesinas a principios del siglo XX, cuando sus padres, hijos, novios, maridos o hermanos eran reprimidos y asesinados por los patrones que los esclavizaban o por la autoridad política, por el delito de negarse a sufrir más humillaciones y calamidades. Episodios como la huelga de los pequeños arrendatarios rurales santafesinos y pampeanos recordada como “el grito de Alcorta” (1912), las luchas obreras de los trabajadores de la empresa La Forestal (1919) o las masacres de trabajadores de Santa Cruz (Patagonia Trágica, 1920 y 1921) aparecen en la obra como marco o paisaje de esas seis mujeres, criollas o inmigrantes, igualadas en el desamparo y la porfiada resistencia.

Pero lo que produce un efecto de verdad conmovedor en el espectáculo es la intensidad de las actitudes corporales y la carnadura de los monólogos, a través de los cuales va construyéndose la identidad individual de cada una de esas mujeres-símbolo. El modo de pronunciar, de acentuar las frases y de elegir las palabras y modismos regionales va tallando con detalle la idiosincrasia de cada uno de los personajes, sus genealogías y sus destinos. Está la que ve naufragar sus sueños de inmigrante, la que sueña con irse a la gran ciudad, la que abriga en su vientre el hijo que nacerá huérfano, la abusada, la furiosa, la vencida. Pero todas aluden a muchas más que las seis actrices que las interpretan. Y a pesar de la proyección multiplicadora, cada uno de sus sencillos y potentes discursos define la íntima individualidad de quien lo pronuncia.

El espectáculo se estructura de manera tal que las mujeres no dialogan entre ellas, pero la suma de sus monólogos las une en una suerte de grito coral. Un grito que llega desde el fondo del tiempo y exige ser escuchado menos como una arenga feminista que como la voz de lo femenino sin la que cual, no ya la civilización sino la misma naturaleza sería inviable.

Con prescindencia casi total de utilería, las imágenes constituyen un lenguaje esencial en Otros gritos. En este sentido corresponde señalar la expresividad del vestuario (Valeria Tuozzo) y la fuerte sugerencia de luces y penumbras (Magali Acha) y ambientación sonora (Lautaro Cottet), con lo que se completa una experiencia escénica singular en la que, además de los méritos del texto, las actuaciones y la puesta hay que destacar la economía de recursos, inversamente proporcional a la riqueza de su rendimiento poético.


Teresa Gatto / Puesta en escena

Una obra deslumbrante con textos y actuaciones memorables en el teatro del Pueblo los jueves a las 20.30

Situémonos, siempre es importante el contexto. En 1912 y transcurrido ya un siglo de la Revolución de Mayo, la demografía de la Argentina había sido sustancialmente modificada por la inmigración. Gobernar es poblar como ya sabemos fue un apotegma que sólo sirvió para sumar inmigrantes al trabajo de la tierra. Sus condiciones de trabajo se vieron materializadas en contratos arbitrarios, desparejos, explotadores (hoy sigue habiendo trabajo esclavo) que generó una oligarquía terrateniente que desde Roca en adelante se vería beneficiada y cuya saciedad nunca se completaba (completa).

Esos contratos que los inmigrantes firmaban y que eran verdaderos repertorios de la explotación más flagrante, contenían no sólo el costo del arrendamiento sino que, estipulaban que todas las herramientas e insumos de trabajo fueran compradas al arrendador a precios usurarios. Una secuencia de malas cosechas los dejaba hambreados con el magro resultado de trabajar sin cerrar los ojos jamás y, cuando en 1912, la cosecha fue record, los trabajadores rurales observaron con indignación y asombro que mala o buena fuera la racha, ellos seguirían viviendo de manera miserable. El grito de Alcorta producido a través de una revuelta y huelga el 25 de junio de ese año, paralizó a más de 100.000 trabajadores rurales. Consiguió la fundación de la Federación Agraria y tuvo eco en los gobiernos populares y retrocesos en los dictatoriales o neoliberales.

Ese grito de Alcorta proferido por ellos, tiene como correlato Otros Gritos, el de las mujeres que invisibles entonces, trabajaron a la par de sus hombres, también de sol a sol sin cerrar los ojos. Ellas buscaban dignidad y libertad.

La obra escrita por Laura Coton, María Rosa Pfeiffer y Patricia Suárez es una muestra notable de polifonía textual y a la vez de polifonía actoral, toda vez que tres autoras regalan sus poéticas para que Paula Etchebehere, dirija y logre la misma polifonía y dialogismo en las historias de las seis mujeres que integran el equipo que profiere los otros gritos.

Seis mujeres que tienen un denominador común, la presencia de la llanura como un horizonte que, inalcanzable no siempre devuelve a los que se van. El trabajo rudo del campo, la escasa retribución de una bolsa de cosecha y la necesidad de estallar una libertad que las habita y que a veces, a despecho de su voluntad desconocen pero intuyen.

Ellas se presentan: María Rosa Pfeiffer es Margareth, la que mató a un indio, Maia Francia es Emilia la que se quería ir, Raquel Albéniz es la Roja, la que quería un caballo, María Forni es la Baldía, la que no podía concebir, Romina Michelizzi es Julia Trentini, la que está muerta y Silvia Trawier es la comadrona, Serafina, la que se le murió una muchacha. Es notable como el modo de nominarlas deja entre paréntesis sus nombres para poner sobre la mesa del juego escénico los deseos o fracasos y la dimensión del tiempo que las marca en el pasado, presente y futuro.

De a una a la vez pero interactuando siempre aunque sin verse, ellas van mostrando los otros gritos, esos anhelos íntimos o exclamados que las hacen lo que son. Criaturas sensibles y fuertes las que Etchebehere con mano dúctil moldea para conformar un todo femenino tan diverso como la misma femineidad.

Entonces irse como en el caso de Emilia es la opción porque desea ser obrera, desea el estatuto de trabajadora, está despuntando una nueva mujer. O tener un hijo como en el caso de la Baldía es una manera de estar menos sola, de no esperar mirando el horizonte que el compañero regrese porque es mucha realidad esa línea lejana que puede convertir o no, si uno espera, un puntito en un caballo… Un caballo, no una mula como añora tener la Roja, porque mula es una cosa y caballo otra y el deseo es tan chiquito y tan inmenso en la mujer que ha luchado tanto, que tiene las manos labradas de tanta tierra.

Los registros orales, en todos los casos forman parte de una organicidad más totalizadora que repone lo coloquial del espacio e interviene de modo eficaz en la construcción de un tiempo en el que “ellas” devienen sus destinos o los construyen.

Casarse o no con alguien elegido por otro, desairando el deseo propio, no parir un hijo no deseado y morir en el intento, asesinar por miedo y cargar la culpa toda la vida. Tener un hijo y ser la verdadera dueña del hogar, tener un caballo, aunque sea un caballo, tener el destino de una vida en las manos y cegarla.

Voces y cuerpos exponen sus verdades sin trastos ni escenografías, sólo los claros oscuros de un buen diseño lumínico de Magali Acha y el vestuario indicial de María Valeria Tuozzo.

Ellas transitan juntas pero separadas un escenario que se colma con sus presencias y los ecos de cada historia, de cada grito, de esos otros gritos que las mujeres de Alcorta y de todos los tiempos siguen profiriendo para constituir una femineidad arcana pero omnipresente.

Sólo hasta el 27 de octubre se puede ver Otros Gritos y hay que apurarse ya que es difícil resaltar una actuación, ya que todas son magistrales y porque es una pena que muchos no la disfruten por la brevedad que la demanda de salas impone al circuito teatral.


Gabriel Peralta/ Crítica Teatral

Las Anónimas

El vivir no se frena por más Grito de Alcorta que se floree. Porque, en medio de cualquier hito histórico, siempre habrá alguien que buscara nuevos horizontes para su futuro, o defenderá lo que es suyo o, hará todo lo posible por cumplir un deseo o, dará a luz pase lo que pase o, morirá y verá morir.

Otros gritos, la obra de de María Rosa Pfeiffer, Laura Coton y Patricia Suarez, con dirección de Paula Etchebehere, se ocupa de hechos de vidas que esta imbricados fuertemente con el episodio que fue el Grito de Alcorta; quienes cuentan sus historias son las mujeres de esa comunidad fundacional en cuanto al reclamo por la reivindicación de derechos.

Sus historias sirven para conocer hasta que punto ese grito reivindicatorio influyo en sus vidas y, como se situaba la mujer en esa sociedad de 1912. Así se observa como las grandes ciudades operaban como una suerte de paraíso a conquistar; como la piel y el origen podían causar tragedias innecesarias y hasta no queridas; como los deseos personales son bien vistos o mal vistos según el genero; como el mandato máximo de la mujer pasaba por ser madre para así apelar a algún derecho; y como la sociedad siempre castigaba al más débil.
Los relatos van desgranándose de a poco, descubriéndose en sus idas y vueltas, cada una de las mujeres oirá las historias de las otras e interactuaran entre ellas (ya sea creando espacios u otros personajes), y por sus gestos se sabrá si están de acuerdo o no con lo que se cuenta o se reflexiona.

La directora Etchebehere, a partir de liricas y carnales dramaturgias, crea una pequeña comunidad escénica que opera como reflejo de la otra que luchaba, los nombres de los personajes históricos se mezclan en la vida de esas mujeres y de esta manera se llega a ver en su completitud a una sociedad con sus heroísmos y miserias. Y de paso, colocan en el centro histórico a las mujeres que son en su gran mayoría omitidas de cualquier gesta histórica.
El espacio se irá transformando de un lugar abstracto a otro con pregnancia telúrica a medida que las historias van desarrollándose, esta transformación las producen las mismas mujeres, es decir el paisaje lo irán trasformando las voces anónimas de la historia. Las luces logran buenos climas y los contraluces crean bellísimas imágenes. Ambos diseños pertenecen a Magali Acha.

El vestuario de María Valeria Tuozzo define la época, clase social y la personalidad de cada personaje.

Un sexteto de actrices estupendas le ponen el cuerpo y voz a esas mujeres, cada una hace uso de infinidad de matices y logran que la cadencia del hablar de una provincia (con sus dulzuras y sus gritos) se haga presente sin caer en estereotipos.

Otros Gritos, es una obra que hacen conocer lo macro y lo micro de un momento histórico, con una calidad escénica que aúna fuerza y belleza.


Osvaldo Sabino / Pressenta.com.ar

El “Grito de Alcorta” fue una rebelión de los pequeños y medianos arrendatarios de tierras cosechables que, en 1912, buscaba reivindicar la rebaja general de los arrendamientos y aparcerías; entregar en las aparcerías el producto en parva como salga; y que los contratos fueran por un plazo mínimo de cuatro años. Comenzó en el sur de la provincia de Santa Fe, y pronto se extendió por toda la zona pampeana. En esos tiempos, los campesinos, europeos en su mayoría, arrendaban el ochenta por ciento de las tierras que cultivaban (actualmente la situación no ha variado mucho, ya que el setenta por ciento continúa arrendando los campos de cultivo). La clase dirigente, a la que los arrendatarios debía rendirle tributo a través de contratos leoninos que los habilitaba a explotar a los agricultores, buscó reprimir esta rebelión. Por supuesto, hubo muertos, aunque la cantidad no fue determinada. Y quedaron las mujeres solas, mujeres que hasta ahora no han tenido una voz, y Otros gritos las rescata de ese olvido.

Las seis son mujeres diferentes, vienen de diversos mundos, pero las aúna el vacío dejado por sus hombres que salieron a luchar por sus derechos en pos de un destino mejor. La excelente dirección de Paula Etchebehere arma un tejido con los seis monólogos que tienen una muy potente fuerza dramática. Si bien estamos frente a seis valerosas mujeres solas, en ningún momento aparecen aisladas en escena, siempre lo hacen bajo el común denominador de la fuerza que adquieren a raíz de su desgracia. Los hombres luchaban contra el sistema, ellas contra la soledad.

Las seis actrices presentan sus monólogos con una fuerza y una entrega absoluta, arrancan sus voces desde lo más recóndito de sus entrañas y se mueven sobre un escenario totalmente desprovisto, lo que hace que sus presencias y sus relatos lleven a la audiencia a ponerle forma a esa escenografía tan ausente como la vastedad de la pampa. La directora consiguió que su elenco de lo mejor de sí para recrear ese universo infinitamente verde y llano de aquel tiempo. Los movimientos de las actrices, su modulación, sus gestos, van marcando la idiosincrasia de cada una de ellas y, a través de la fuerza que emana de la simpleza de la palabra, durante los setenta y cinco minutos que dura el drama, van transformándose en muchas mujeres solas que nunca llegaran a tener una voz.

Las acompañan un vestuario que habla por sí sólo, diseñado por María Valeria Tuozzo, y toda la escena se agudiza con el diseño de luces de Magali Acha. Y, por supuesto, todos estos hilos se mueven bajo la talentosa mano de una dirección medida pero llena de creatividad, sobre todo en lo visual.

En medio de este vacío desbordante, las actrices se lucen en sus diferentes roles desplegando una fiesta de talento. Romina Michelizzi es la que está muerta, Raquel Albéniz es la que sueña con tener un caballo, María Rosa Pfeiffer no puede olvidar que alguna vez mató a un indio, María Forni es la esteril que sueña con poder tener un hijo, Silvia Trawier, interpreta a la que se le murió una muchacha, y Maia Francia, se destaca en el rol de la que reniega de esa soledad y piensa en irse. Todas ellas conforman un brillante elenco en el que no hay altibajos, todas se destacan por igual en su entrega total a Otros gritos.

Las autoras, María Rosa Pfeiffer, Laura Cotton y Patricia Suárez han concebido un texto que no hace concesiones a la historia, crudo, realista, con una admirable carga de elementos poéticos y, sobre todo, un sentido de unidad que no se alcanza fácilmente en obras colaborativas.

Una obra valiente que nos transporta a rincones de nuestra historia que hasta nuestros días han sido ignorados. Otros gritos, además de ser un drama admirable desde todo punto de vista, es la recuperación de esas voces campesinas silenciadas que hasta hoy muchos siguen sin querer escuchar.



Germán Cáceres / Nido de caranchos:


Mónica Cabrera / Facebook
"Anoche fui a ver OTROS GRITOS en el Teatro del Pueblo. EXCELENTE dirección de Paula Etchebehere, textos BRILLANTES, tiernos, intensos, originales de Laura Coton, Maria Rosa Pfeiffer y Patricia Suárez. Actrices IMPECABLES: Maia Francia, Maria Rosa Pfeiffer, Raquel Albéniz, María Forni, Trawier Silvia y Romina Michelizzi. Mi taller de teatro irá EN MALON a verla. ¡FANES, reserven urgente! Clase gratis de cómo hacer las cosas BIEN. Va a hacer capote."